¿Y eso qué es? Se preguntarán algunos. Muy sencillo, una ucronía, según la definición del Diccionario de la Lengua Española es una “reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuesto acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder”. En definitiva, que es algo que pudo suceder pero no sucedió.
Sentado lo anterior, les voy a contar un pequeño secreto. Ya sé que me van a tomar por un chiflado de esos que se dedican a decir disparates por las esquinas, pero lo cierto es que yo soy lo que podríamos llamar “un viajero por las realidades alternativas de la Historia”, esto es, un señor que se dedica a visitar épocas históricas que no han existido, existen, ni existirán en nuestra línea temporal; pero que son muy reales en su correspondiente realidad.
Sí, sí. Borren esa sonrisa irónica de su cara, que les voy a contar lo que vi en uno de mis viajes ucrónicos.
Supongo que todos sabrán que la Guerra de Sucesión española de 1700-1714 fue ganada por Felipe de Borbón y perdida por el Archiduque Carlos de Austria. Pero en el viaje de que les hablo visité una realidad alternativa en la que la Guerra de Sucesión española fue perdida por los Borbones y ganada por el Archiduque de Austria con el apoyo decisivo de los ejércitos catalanes. A consecuencia de ello, la capital de España se trasladó de Madrid a Barcelona. Esto provocó un auge de la economía y la cultura catalana en detrimento de la hasta entonces hegemónica Castilla. En menos de un siglo, la dinastía austriaca, por razones de conveniencia política, impuso el catalán como idioma de todo el reino español, que como ustedes supondrán pasó a llamarse Espanya, estableció la senyera como bandera nacional e implantó como moneda común la pessete, popularizándose la expresión «la pela es la pela, nen».
A comienzos del siglo XIX, las tropas napoleónicas ocuparon el país, excepto Cádiz, donde se reunieron unas Cortes Constituyentes que aprobaron la primera Constitució Espanyola, nacida el día de sant Josep, por lo que fue popularmente conocida como “el Pep”. Expulsados los invasores franceses, siguió un convulso periodo de más de sesenta años en que se produjeron tres guerras civiles entre las tropas liberales con base en Catalunya y los ejércitos absolutistas, que se asentaban en la Castilla profunda y atrasada. Y también hubo una I República que duró menos tiempo que un caramelo a la puerta de un colegio.
Tras la pérdida de las últimas colonias en América a finales del XIX, el país se sumió en un periodo de decadencia y apatía que desembocó en la caída de la monarquía austriaca y el establecimiento de la II República Espanyola. Se inició un profundo cambio en la estructura del Estado y la Sociedad de la época, por el que Castilla logró una autonomía respecto al centralismo de Barcelona. Sin embargo, los militares, descontentos con el peligro de disgregación de Espanya por parte de los separatistas castellanos, promovieron un golpe de Estado, encabezado por el general Francesc Franc i Bahamonde, que provocó una guerra civil durísima de tres años. Terminada la guerra con la victoria de las fuerzas de Franc, se impuso un régimen autoritario afín al nazismo alemán, que centralizó el país en Barcelona, articuló un férreo sistema represivo y prohibió el uso del castellano, favoreciendo el catalán. El lema del régimen era «Espanya, una, gran i lliure».
En 1975 murió el general Franc y se restauró la Monarquía austriaca con el advenimiento al trono de Joan Carles I, aprobándose la Constitució Espanyola de 1978. Castilla recuperó su autonomía y volvió a restaurar el uso del castellano. Los nacionalistas castellanos, liderados por el honorable Aznar, presidente de la Generalidad Castellana, promovieron la recuperación de las señas de identidad nacionales de Castilla con la reivindicación de los escritores de la tierra que hasta entonces habían permanecido semiolvidados por la historia, como Cervantes, Quevedo, Lope de Vega o Calderón de la Barca. También organizaron las Olimpiadas del 92 de Madrid, con gran éxito, todo hay que decirlo.
Con el tiempo estos nacionalistas se fueron radicalizando. Empezaron multando con miles de pessetes a quien se atreviera a rotular en catalán los letreros de los comercios castellanos. Luego se negaron a izar la senyera en los edificios públicos de Castilla. Y finalmente llegaron al extremo increíble de negar a sus niños el derecho a estudiar en catalán en las escuelas, alegando que el castellano era una lengua muy débil y necesitaba protección frente a la hegemonía y prepotencia catalana. Los espanyols de Barcelona, muy enfadados con esa actitud provocadora de los castellanos, promovieron varios boicots a los productos de Castilla, dejando de comprar el anís de Chinchón y otros productos típicos de las tierras mesetarias.
Lo último que supe antes de abandonar aquella dimensión alternativa fue que los nacionalistas castellanos de Aznar planeaban convocar un referéndum soberanista para conseguir la independencia de Castilla alegando que «Espanya y Barcelona nos roba».
No sé ustedes, pero a mí este viaje me dejó el cuerpo raro- raro, por aquello de que cada uno cuenta la historia como le va. ¿No les parece? Y el que no se lo quiera creer que reviente. Sobre todo si es nacionalista.